PREFIERO LOS BARES

Prefiero los bares a los templos
y una canción a mil rezos

BRINDIS AL SOL

El hombre más sabio de la tribu
pronunció su brindis:


"por el dios sol,
por la madre tierra,
por su hija luna,


y por las combinaciones de elementos químicos
que hicieron posible el nacimiento de LA VIDA".


Y a continuación, todos bebieron felices.

NO QUIERO GRANDES PALABRAS


No quiero grandes palabras

Paz, Amor, Libertad,

Alegría, Amistad.

Grandes palabras que adornan fachadas
que inspiran poemas
que generan batallas.

Susúrrame verbos sencillos,
que me hagan sentir,
poderte abrazar cuando quieras llorar,
escuchar, al respirar o al gritar.

No temas reir,
lucha por pensar,
mirar, vivir y volar.


OTRO EPITAFIO

El hombre más afortunado por mí conocido,
el hombre que trabajó alegre y rentabilizó su sudor,
el hombre que vio crecer a sus hijos en la armonía del hogar,
el hombre que encontró el inquebrantable amor,
el hombre que siempre recordó a su Dios,
en todos los cánticos alababa la grandeza del Misericordioso,
el hombre que ayer fue enterrado,


como yo.



Sus gusanos se entrelazan con los míos y se revuelven en esta tierra mesozoica.

EPITAFIOS

EPITAFIOS

(pensamientos vacíos sobre la nada)








EPITAFIO UNO

Me queda el amor;
fui un hombre afortunado
porque supe tomar una decisión vital.
Como dijo el poeta:
“yo la quise, tal vez ella también me quiso”

La amé con la razón y con el corazón.
No importa quién partió primero.

Legó el recuerdo.

El último cerró la puerta

y compartimos entonces el olvido.


EPITAFIO DOS

Si tienes el valor de recordarme
brinda a mi salud
y olvídame.

Mira a tu alrededor, vive la vida.
Ríe y llora.
Ríete, sin hacer llorar.
Ríete.

No pierdas ni un segundo en mandarme a ningún
Cielo inventado por hombres atormentados.

Y brinda.

Y ríe.



EPITAFIO TRES

La muerte no es el final
grita una canción guerrera.

Puede haberlo creído
y vivir haciendo la maleta,
pero opté por mirar a los ojos de los demás,
y disfrutar del momento.

No me dio tiempo a nada más

y casi nunca tuve miedo.




EPITAFIO CUATRO

Tus amigos no te olvidan.
Tus compañeros no te olvidan.
Tus familiares no te olvidan.

Ay …

Perduraría inmutable mi recuerdo
si les pudiera decir
que en la nada
ni siquiera sé quién soy.



EPITAFIO CINCO

En el testamento olvidé poner tu nombre.

Recuerdo tus abrazos,
tus risas
y tus reproches,
la vida que vivimos,
los momentos de amor
y la honestidad de tu mirada,
las manos en tus cabellos
y las frentes arrugadas.
Tu cuerpo desnudo.

Pero olvidé tu nombre.
No somos nada

TESTAMENTO

TESTAMENTO

Sed libres en el pensamiento y razonad vuestros actos

Haced el menor daño posible
a los hombres, a los animales
y a la naturaleza

No hagáis a los demás lo que no os gustaría para vosotros

y sed felices

alegrad a los que os rodean

si decidís compartir la vida con otra persona

sed honestos, y respetad vuestro compromiso

llorad los accidentes, las enfermedades
y la muerte

Vivid con armonía

y si un día tenéis hijos,
contadle vuestras experiencias…

HE VISTO LA LUZ

He visto la luz, mientras una voz me decía:
Soy el Dios de la VIDA,
de la que formas parte,
de la que formáis parte,
de la que forman parte.
Respétame, celébrame, apóyame.
Busca mi gran armonía en tu pequeña armonía.
No necesito sacrificios,
no necesito adoración,
no necesito ritos.
No hagas de esto una plegaria.
(sueño íntimo vagamente deducido por la razón histórica
y un humilde deseo de mejorar)

MINOTAURO


MINOTAURO EN EL LABERINTO

Está sentado sobre las piedras.
No se distingue su cabeza entre esa mole de músculos que abrazan su castigo.

Se mira las manos: sí, son humanas.
Se mira su cuerpo: sí, es humano.
Se toca su corazón: sí, sí, sí.

A veces se alegra de la pobreza del laberinto, sin ornamentos,
sin metales que pudieran reflejar su imagen.
Pero incluso una mente salvaje puede notar el frío material que atraviesa sus sienes,
que acaba en punta y se retuerce sobre sí mismo.

No puede evitar dar un resoplido
y no puede evitar derramar una lágrima.

¿Por qué desdicha del destino se tuvo que fundir la soledad con el odio?
¿Qué dioses, o qué rey te concibió? di, ¿quién?

El cielo queda muy alto.
El aire que respiras ya ha recorrido mil veces los callejones de tu laberinto,
y ha perdido el color del cielo.

Estás respirando piedras.

¡Cierra los ojos!
Para qué abrirlos
¡Cierra tus oídos!
El rumor de juegos infantiles es más poderoso que tu fuerza.
No dejes que te hagan recordar algo imposible para ti.
No tuviste infancia.


Se acerca la temporada.
El rugido de las puertas avisa de una renovada carnicería.
Gritos de temor y angustia llaman al banquete.

Mucho tiempo sin rasgar, amputar, comer.
El sol luce en lo alto, apenas hay sombras en el laberinto.

Hoy el minotauro sudará para conseguir su alimento.
Eleva su testa y vigilando la dirección del viento olfatea atentamente.

Las ha localizado.
Se alegra, aunque sabe que no es nada especial. Es un simple paso hacia otro.

Las atenienses están unidas. Le ahorrarán trabajo.

En sus ojos salvajes se proyecta la sangre que teñirá sus fauces.

Sus movimientos van adquiriendo una velocidad inusual, sorteando muros y obstáculos.
Los mugidos inmovilizan a las desdichadas.
El fin está cerca, está ya.

Atención, oye los tambores guerreros.
Retumba el paso al son de la muerte, prepárate para la lucha.
Hay sed de sangre en Teseo.
La misma sed que tú saciabas en sangre inocente.
La misma sed que alimentaba tu razón de existir.
¿También para él será tan necesaria?
¿Crees que en sus ojos se reflejará el odio que tus ojos reflejan?

Pregúntale sus razones, habla con Dios, antes que lo haga él,
y realiza sacrificios por la victoria.
o por la muerte.

El sol pinta tu cara con destellos que limpian tus arrugas.
La punta de tu poderosa ornamenta blanquea como nunca lo hizo,
y en tu faz una expresión de alegría confundiría al mismo Zeus.

No, no hay odio.

Te conozco, Minotauro. No sabes engañar.
No has tenido a quien engañar ni razones para fingir.

Te conozco, Minotauro. Deseas el fin.
El fin de tanto odio, de tanto dolor, y presientes que llega.

Te conozco, Minotauro. En tus ojos hay gratitud.